6 sept 2018

La loteria

**Este relato lo escribí en su día. El día 6 de sept. 2017. Lo recupero para tenerlo en mi blog**


Joseba, miró el reloj de su muñeca derecha, mientras que con la otra mano, sostenía la taza de café apoyado en la barra del bar, donde desayunaba cada día justo antes de ir a trabajar, desde hacía, ya, la friolera cifra de treinta y ocho años, que eran los que llevaba en esa maldita fábrica, trabajando por un mísero sueldo con el que, a duras penas, él y los cuatro miembros de su familia restantes, llegaban a fin de mes. No había mes que, Miren, no tuviese que ir donde su madre para pedirle prestado o, sino, ir a la tiendecita de al lado de su casa, y comprar fiado. 
En ese momento entro Eneko, como cada martes, vendiendo su cuponcito. 
-¡Epa, Joseba! Qué pasa, pues! Anda, alegra esa cara, chaval, que cualquiera diría que en vez de ir a trabajar vas al funeral de tu suegra ¡!- vociferó Eneko seguido de una estruendosa carcajada.
-Calla Eneko, calla. Que no está hoy el horno para bollos. ¿Sabes la última de mi Nagore? Pues que le ha dado por llamar a todos los programas esos que dan premios y qué se yo, y este mes, la factura del teléfono nos ha salido por lo que solemos pagar cada seis meses, ¿qué te parece con la niñita esta? ¡Cómo llegamos desahogados a fin de mes, pues toma esto! 
-¡ Son cosas de la edad, hombre. No se lo tomes en cuenta que de otras peores habrás salido ¡
-¿Cosas de la edad? Pues ya le he dicho, que de momento se queda sin paga. ¡qué no puede ser, Eneko, qué no puede ser! ¡Que mi Miren ya no sabe que inventos hacer y de donde ahorrar todos los meses para llegar a fin de mes. Que con mi sueldo, el de la Miren y las chapuzas que me salen de vez en cuando, no hay manera! ¡Qué esto no es vida! El día menos pensado cometo una locura. Atraco un banco o que se yo, Eneko. Que no hay derecho. Toda la vida trabajando como un perro para que luego, enciendas la televisión y te enteres que esos sinvergüenzas se los lleven a manos llenas y nos roben lo que a otros tanto nos cuesta ganar. No pagues tu hacienda, anda, que ya verás que pronto te mandan al calabozo. 
-Anda Joseba. No te hagas mala sangre, que a los pobres, no nos queda otra que la que nos ha tocado. Resignación amigo, resignación. Resignación…. Y que la ilusión al menos nunca nos falte. Anda, compra un numerito que tengo la intuición que este jueves, la suerte va a estar de tu lado.

- No puedo, Eneko. Por primera vez, esta semana no voy a ser fiel a la compra de la lotería. Demasiado que puedo permitirme el cafecito de las mañanas.- y dicho esto, pegó el último sorbo de su café, y despidiéndose de los allí presentes, se marchó derecho a cumplir con su rutina laboral. 
Dos días después…
-¡¡ Papá, papaaaaa !!- hizo su entrada en casa, como elefante en una cacharrería, Unai.
-¡¡ No grites animal, que el aita está echando una cabezadita antes de volverse a ir al curro ¡!- le recriminó su hermana Nagore.
Ante el escándalo que había provocado Unai, Joseba abrió los ojos y se levantó del sofá donde estaba tumbado.
-Qué te pasa, a ver… que nueva nos traes. Si me vas a venir otra vez con que el hermano de uno de tu cuadrilla vende su moto a un buen precio, olvídalo. Ya te dije que no tendrás moto hasta que no cumplas dieciocho años y puedas pagártelo tú.
-Que no, que no es eso. He pasado por el bar de Txomi y están de celebraciones. Me ha dicho que bajes inmediatamente, pero no me ha querido decir nada más. Entonces he preguntado por ahí y, por lo visto, os ha tocado la lotería. Ha salido el gordo en el número que jugáis con el Eneko. 
-¿Cómo?- Preguntó un tanto aturdido provocado por el adormecimiento en el que se encontraba aún y la noticia que le acababan de dar. –Cómo es eso, explícate. 
- Joe, aita, que eso, que os ha debido de tocar la lotería. Por eso me ha dicho Txomi que subiese rápidamente a casa y que te dijese que bajases al bar echando hostias. 
-¡Niño habla bien. Que una buena hostia es lo que te voy a dar a ti cada vez que sueltes una de esas por tu boca!

- Bueno, viejo, no te sulfures, que quién dice hostia, dice, trozo de pan de harina de trigo con forma de círculo que ofrece el cura en la eucaristía… si lo prefieres así… jajajajajaja. ¡Qué nos ha cambiado la suerte, viejo, que nos ha cambiado la suerte!!!
En ese momento, Joseba, se sintió el hombre más desafortunado e infeliz del mundo. Cómo podía ser posible que, después de llevar treinta y ocho años jugando todas y cada una de las semanas, y no haberles tocado más que en un par de ocasiones contadas, el reintegro, esta semana, la primera que él no pudo jugar, tocase el gordo, y encima, ni más ni menos, que el premio gordo. No podía haber sido el reintegro como otras veces, no, tenía que ser el gordo. No era posible tener tanta mala suerte en este mundo, se decía así mismo. Y lo peor no era eso solamente, sino que se iba a convertir en el hazmerreír de todo el barrio y, probablemente, en la vergüenza de su propia familia.
Unai se apresuró a coger la chamarra de su padre cuando el teléfono empezó a sonar.
-Aita- dijo Nagore con el auricular en la mano. –es Eneko, que cuando hostias quieres bajar, que te están esperando-

-Niña, -Apostilló Unai dirigiéndose a su hermana- esa boca, que se dice trozo de pan de harina de trigo…
-Deja de hacer el payaso- le soltó Joseba a su hijo, mientras que con una mano le arrebataba la cazadora y, con la otra, le pegaba un sopapo en la cabeza justo antes de abrir la puerta de la calle, dispuesto a marcharse al bar, sin saber muy bien por qué, pues no tenía nada que celebrar, ni cuerpo para ello.
Cuando llegó a la puerta del bar, se quedó parado. Cabizbajo. Esperando los gestos de compasión o las burlas de los allí presentes. Sin embargo, fue Eneko, quién al verle, le animó eufórico a que terminase de atravesar el umbral de la puerta y que se acercase a la barra.
-¿Pero quieres borrar de una vez esa cara de acelga que tienes, hostias? Parece que en vez de haberte tocado la lotería te fueses a currar.
-¿La lotería?-contestó incrédulo Joseba. –No, Eneko. A mí no me ha tocado nada. Perdón si no puedo mostrar alegría por todos vosotros pero… 
-Pero, pero, pero…. ¿pero qué? Déjate de lamentaciones anda, y págame los veinte euros que me debes- le dijo entregándole un sobre que Joseba cogió entre sus manos sin entender muy bien todo lo que estaba sucediendo.
Joseba, terminó de abrir el sobre y sacó un cupón premiado de lotería.
-Pues eso, Joseba. Que me pagues los veinte euros que me debes, hostias- dijo Txomi regalándole un guiño, acompañado de una sonrisa. – Que la intuición de Eneko no ha fallado, y la suerte esta semana ha estado de tu lado. Bueno, de nuestro lado. 

24 ago 2018

NO MATARÁS

** Este relato lo escribí en el 2014. No lo tenía en el blog por lo tanto lo copio y guardo ahora **


No matarás
… Veía el charco de sangre alrededor del cuerpo inerte de su padre. En su mano, aún sostenía el cuchillo con el que había terminado con su vida. Por unos segundos, pensó en llamar, primeramente, a la policía y entregarse, pero luego, esa idea efímera se le fue de la cabeza. La realidad era sólo una, aunque las opciones fuesen dos. El sufrimiento rugía por todos los rincones de su casa provocado por el duro carácter de su padre. Sólo había dos maneras de terminar con todo ello: o que su padre terminase con la vida de su madre en una de esas innumerables palizas a las que este le sometía, o que él terminase con la vida de su padre antes de que la anterior opción tuviese lugar.
Lo pensó. Fue una idea procesada y más que meritada, y aunque le hubiese gustado que todo aquello no hubiese sido así, y que su vida, y el carácter de su padre, hubiese sido uno muy distinto, no había otra posibilidad.
Esa tarde su padre llegó borracho, como otras tantas veces. El tintineo de su llavero, la torpeza de sus movimientos y la tardanza en acertar con la llave en la cerradura, le delataban. Ya era más que conocido. No había duda. Esa noche la escena de gritos, lloros y violencia se repetirían una vez más en el salón de su casa. Tan sólo de él dependía que eso no sucediese, así que, tal y como lo tenía pensado, se fue a la cocina y cogió el cuchillo más grande. Se lo colocó detrás de su espalda, escondido tras el pantalón y esperó a que su padre traspasase el umbral de la puerta.
-¡Marga, donde coño está la cena hostias. Que tengo hambre!
Su madre, salió todo lo deprisa que pudo de la cocina. Se quitó antes el delantal, se repeinó con las manos el moño que lucía sus canas de su envejeced acelerada, y sacó los cubiertos para poner la mesa. Su padre, mientras, ya estaba espatarrado en el sofá esperando la cena, mientras se fumaba un cigarro recién encendido y dejaba caer, torpemente, la ceniza sobre el parquet.
Marga, al instante, volvió a la cocina de nuevo a por el plato de sopa, una vez que se lo puso sobre la mesa, regresó rápidamente a su cocina. Evitaba estar el menor tiempo posible con él los días que venía a casa en esas condiciones. Sabía que cualquier comentario o gesto inoportuno serían la excusa perfecta para originar una discusión.
Mientras, Sergio, observaba agazapado la escena desde su habitación. De vez en cuando, se echaba la mano a la espalda para cerciorarse que el cuchillo seguía ahí, por si, llegado el momento, tendría que hacer uso de él.
Su padre, metió la cuchara en la sopa, se lo llevó a la boca y, acto seguido, lo escupió con furia, soltando el exabrupto de turno, preludio de una tormenta.
- ¡¡maldita puta, esta sopa sabe a veneno!! !- dijo dirigiéndose con la rapidez que su embriaguez le permitía hacía la cocina.
Las voces que habitaban en silencio en el interior del cuerpo de Sergio, despertaron de su letargo, gritando a pleno pulmón: ¡¡¡ mátale, mátale, mátale !!! Mientras, una fuerza sobre humana se apoderó de su cuerpo. Sus ojos desprendían odio, y su mano, agarraba con fuerza el mango del cuchillo.
Se dirigió a su padre y cuando estaba justo detrás de él, pronunció su nombre. Siempre pensó que era de una extrema cobardía y de no ser un hombre de los que se visten por los píes, atacar a un hombre por la espalda. Su padre se dio la vuelta y cuando tuvo los ojos frente a él, le provocó una serie de puñaladas hasta provocarle la caída al suelo totalmente desangrado.
Esperó unos segundos, tal vez fueron minutos antes de reaccionar. Entonces, cogió el teléfono inalámbrico, le quitó la tapa trasera y, después de haber limpiado el cuchillo con sumo cuidado, le ocultó ahí dentro. Llamó a su compañía de teléfonos para quejarse de la mala cobertura y de la velocidad. Avisó que, o le mejoraban el servicio, o se daba de baja. Le ofrecieron un terminal nuevo y le informaron que, podría entregar el viejo terminal en cualquier oficina de la compañía de teléfonos. Después de esto, llamó desde su móvil a la policía.
-No sé qué ha podido ocurrir. Cuando vine a casa me encontré la puerta abierta y a mi padre como usted lo está viendo ahora. Mi madre, como puede usted ver, no oye bien y dice que no escuchó ni siquiera a mi padre entrar.
-¿Vivía usted con sus padres?
-No, sólo algunos fines de semana y los días de permiso.
-¿Está usted trabajando fuera?
-Estoy estudiando fuera. Soy estudiante de teológia. Mire mi carnet de estudiante.
-¿Es usted… cura?
-Estudiante nada más. Al menos hasta que acabe la carrera.
-¿Y su padre… a qué se dedicaba su padre si se puede saber?
-Mi padre es, perdón, quise decir era, empleado de una compañía de teléfonos?
-Uffff malo, eso es muy malo. Como bien usted sabrá los empleados de teléfonos no suelen contar con la simpatía de la gente.
-Lo sé, pero me cuesta creer que a mi padre le matasen por ello.
-Pues yo no lo pondría en duda. Eso se lo aseguro.
..........

2 mar 2018

Segundas partes nunca fueron buenas, fueron mejores


Segundas partes nunca fueron buenas, fueron mejores

-Jamás creí que te volviese a ver. La vida no deja de sorprenderme, por eso me gusta tanto. Me encanta vivir la vida, sin dejar ni un día que la vida pase ante mí sin haberla vivido.

-Es buena filosofía de vida, Sandra. Claro que sí. Al fin y al cabo, la vida son dos días. Por cierto, estás guapísima. Por ti no pasan los años.

-Pasan-dijo ofreciéndole sus mejillas para saludarle- ya te digo que pasan, pero tú sigues teniendo esa mirada penetrante de la que tanto me llegué a enganchar.

-¿En serio? Nunca me lo dijiste, Sandra.

-¿El qué? ¿qué tienes una mirada penetrante a la par que preciosa?

-Gracias.. pero no. Me refería a que te quedaste pillada por mí..

-No, nunca te lo dije. ¿Hubiese servido de algo?

-Sinceramente… no lo sé. En realidad éramos unos críos. Pensábamos que nos íbamos a comer el mundo y al final, ya ves, el mundo casi nos engulle a nosotros.

-El Salamanca ¿te acuerdas? –Puntualizó Sandra desviando su mirada hacía el local que en aquellos tiempos fue un bar un tanto peculiar.

-Sí, Sandra… ¡Cómo para no acordarme!-respondió él en un tono melancólico.- buenos momentos pasamos aquí, y ahí –dijo señalando al parque pequeño situado a la izquierda- también.

 -No. –Respondió ella con su rostro totalmente serio- Ahí no.  

-Pero qué me dices?? En serio que tú y yo nunca…

-Jamás. –contestó rotundamente mientras dos pequeñas lágrimas se escaparon por sus ojos sin apartar la mirada del parque.

En ese momento pensó que tal vez, no había sido buena idea haberse reencontrado con él, después de tanto tiempo. Recordar no siempre es bueno. Hay recuerdos que evocan algo más que eso, porque conllevan sentimientos, y los sentimientos, inevitablemente, a veces duelen, …y mucho.

Él se percató de lo que estaba ocurriendo. Esa chica le había querido. Siempre le quiso, y él, como el niñato que era, nunca se dio cuenta. Volverse a encontrar, con lo que aquello implicaba y la madurez de los años, podría ser una nueva oportunidad. Dicen que segundas partes nunca fueron buenas, pero igual ellos, se lo debían, o al menos eso pensaban ambos a la vez, en ese preciso instante, sin pronunciar palabra aún…

Para romper la tensión, él cogió el paquete de tabaco, sacó un cigarrillo y le ofreció.

-¿Fumas?

Cogió un cigarro y él, le dio fuego. Dio una primera calada, y le miró a los ojos.

-Vamos a sentarnos- dijo dirigiéndose al banco del medio y final del parque.

Él se limitó a seguir sus pasos.

Ella se sentó en el respaldo del banco y él lo hizo a su lado. En ese momento, Sandra rompió a llorar desconsoladamente. Era mucho tiempo callada. Muchos sentimientos reprimidos… y está claro, que ya no pudo más.

-Eras un imbécil, ¿sabes? Un auténtico imbécil. ¿sabes la cantidad de noches que me acosté llorando mientras tú estabas con alguna aquí follando, lo sabes?

-Sandra, por favor, no llores. No me gusta verte así. No me gusta ver a una chica llorar y menos por mi culpa, por favor.

La abrazó, acercando su cuerpo para que ella reposase su cabeza en su pecho, mientras, él, posó su barbilla sobre su cabeza en un acto propio de protección e intento, un tanto complicado, de consolarla. Se sentía culpable, muy culpable. ¿cómo podía haber sido tan idiota? No sabía cómo resarcir aquel daño que, aunque de modo inconsciente, había causado y que tanto dolor oculto había provocado a una persona, a la que, de alguna manera había querido.

Se incorporó del banco y se puso de píe frente a ella. La cogió la barbilla y la alzó la mirada. Ella se resistía. En el fondo sentía vergüenza de aquella situación.

-Por favor, Sandra, mírame. Por favor te lo pido.- le rogaba mientras con los nudillos de sus dedos secaba inútilmente sus lágrimas.

En ese preciso instante, no la veía como la amiga-colega de su niñez, con la que tantas tardes de risas había compartido. Ahí, en ese momento, la vio como lo que era, una belleza de mujer. Radiantemente bonita por fuera, eso era indiscutible ante los ojos de cualquiera, e inmensamente hermosa por dentro. La mujer que siempre soñó, resultó que la tenía más cerca de lo que él hubiese imaginado. ¡Qué ciegos y estúpidos somos los hombres!- pensó para sus adentros.  Entonces, como una bofetada en toda la cara con la mano abierta, se acordó de su realidad. Era un hombre casado. Ni tan feliz como siempre hubiese querido, pero tampoco tan infeliz como para romper de un plumazo con todo aquello, simplemente era un hombre casado. La felicidad, al fin y al cabo, no deja de ser ráfagas de luz que pasan por momentos. ¡Qué difícil y complicada es a veces la vida, caray! Apartó esa realidad de su pensamiento y prefirió centrarse en la realidad del momento en el que se encontrara, y luego, después de aquello, que pasase lo que tuviese que pasar.

-Venga, venga, por favor, venga. Para de llorar. Por favor te lo pido, para ya. Ponte de píe. Va. Bailemos. ¿Te acuerdas de aquella famosa canción de aquel mariquita engominado que fue a Eurovision. ¿Cómo se llamaba que no me acuerdo?- le hablaba sin parar, mientras le estiraba del brazo invitándola a levantarse del banco.

-jeje, no por favor, no quiero levantarme.

-Al menos te has reído. Eso es un paso. Venga, bailemos… ¿Cómo era la canción?- le preguntaba, habiendo logrado que se levantase y, con pasos remolones y desganados, hiciesen un leve contoneo al compás de una música inexistente. –Bailar pegados no es bailar, es como estar bailando solos.

-jajajaja ¿sabes que siempre cantastes fatal?

-Si… bueno… nunca se me dio bien eso de cantar… pero seguro que soy bueno en otras cosas, ¿no crees?

Sandra levantó en ese momento la vista mientras él la sostenía de las manos con los brazos alzados, manteniéndola la mirada, sabiendo que a partir de ese instante sería muy difícil no llegar a enamorarse de ella. Lentamente, dejó caer sus brazos hasta apoyarlos en sus hombros mientras él la rodeó por la cintura sintiendo su cuerpo sobre su pecho y continuando moviéndose al ritmo de la canción que sólo sonaba en su recuerdo.

Le buscó su boca con sus labios bajando desde su mejilla, a un ritmo lento y armonioso de pequeños besos y caricias. Le comió la boca y ella se aferró con más fuerza a su cuerpo como si creyese que aquello no fuese real.

El frío de la noche se convirtió en una adorable brisa de verano que propinó un calor sofocante en sus cuerpos, el cual sólo invitaba a desprenderse de inmediato de la escasa ropa que llevaban encima.
Dieron un giro de 180º sobre sí mismos colocándose de espaldas al banco. Él se sentó y aupándola, sosteniéndola con firmeza por los muslos por debajo de su vestido,  la sentó encima suyo sin despegar, ni tan siquiera un segundo sus labios. En esa posición, le resultaba muy sencillo jugar con el fino hilo de su tanga, enredándosele entre sus dedos mientras con su boca había empezado un camino de no retorno por el cuello hasta llegar a sus pechos que se apreciaban por debajo de esa fina tela. Sandra, en un estado de éxtasis incontrolable y totalmente entregada al momento, acariciaba su pelo, mientras jugueteaba con sus dedos perdiéndolos entre los rizos de su cabello.

Un nuevo giro, rápido y preciso, la colocó sentada en el banco. Inhaló el aire para recuperar el aliento y él, se desabrochó el pantalón que llevaba un buen rato aprisionándolo demasiado.

-Bonitos calvin Klein

-jejeje ¿te gustan?

-Sí, pero me gustan más quitados- estiró su mano derecha, para engancharle de ellos y tirarle hacía sí. 
A él le dio tiempo a colocar sus manos a ambos lados de su cadera para, no caer de bruces, por el impulso, sobre su cuerpo pudiéndola hacer daño.

Sandra le atrapó entre sus piernas levemente elevadas, de tal modo, que él pudo retirar esa fina pero molesta tela que era su tanga. Las manos de Sandra, respondían a la par, bajándole los calvin a tal altura que dejó liberado su miembro.

-¿Estás segura, Sandra?-dijo- ¡gilipollas, como te diga que no a ver que haces- pensó.
En forma de gemido salió el  adverbio afirmativo de lo que fue testigo, tan sólo la inmensa farola que alumbraba la noche.

Sin título (de momento)


La ejecución de algo menos de 70 páginas me mantuvieron despierta hasta las tantas. Eso, y tú recuerdo. Entonces me acordé de la película 3 metros sobre el cielo, y me imaginé montada en tu moto corriendo por la M-30, esquivando los coches de la carretera y soportando el aire gélido de estos días en Madrid que se colaba por debajo de mi casco, mientras tu realidad, se desfiguraba a la misma velocidad que me jodía estar enamorándome de ti.

Me jode (sí, hablo mal y me gusta) que te hayas convertido en el motivo de mi desconcentración, y me jode (sí, otra vez, y de nuevo no con la connotación que tú te imaginas) porque esto no me va a llevar a ningún lado bueno.

Cuando los caminos se bifurcan puede que algún día se puedan volver a encontrar, en otro tiempo y en otra dimensión, pero nunca igual. Nos ha pasado, pero no es el tiempo y ya nunca lo será. Han pasado muchos años desde aquellas míticas fiestas en el colegio, aunque me ha gustado recordar aquellos nervios que sentía cuando bajaba la cuesta y te veía. Esos ojos negros azabache, esa mirada penetrante… no siempre recordé pero  jamás olvidé.

Los polos opuestos no se atraen. Eso no es cierto. No somos imanes. Tú el chico malo, aunque no tanto como querías aparentar, que vivía intensamente el presente. Yo la chica buena y medianamente estudiosa que se preocupaba por su futuro. Esto no lo debí de hacer muy bien, la verdad. Tú de risas, yo dueña de silencios que contenían la pena que me producía que tus palabras fuesen dirigidas hacía nuestra dirección pero no hacía mí.  Y lo mejor es que ella no te hacía caso. Sí, lo mejor. No creo que hubiese llevado muy bien verte en mi grupo de amigos estando con mi amiga. Y lo peor, es que con el tiempo, dejé de saber de ti. Y lo mejor es que alguna vez, contadas, te veía, pero no era lo mismo aunque algo sentía… o no, no lo sé. ¡Qué más da!

Hazme un favor, sal de mi cabeza, aunque sé que he sido yo quién te ha metido en ella, y cuídate mucho.

Por cierto, una última cosa, quiero que sepas que odio los tíos como tú: irresistibles

18 jul 2015

Preludio

Preludio


http://image.librodearena.com/b/1/1385611/cementerio_cartagena_02.jpg

La única luz proveniente de la lámpara de la tenebrosa cocina, era la que mermaba el miedo que producía la noche del pueblo al que llegamos. Los ojos de cada uno de nosotros tres, disparaban los verdaderos pensamientos que teníamos de cada uno. No nos aguantábamos pero nos soportábamos por un único fin en común: El interés económico, aunque la excusa era el juntarnos los hermanos y únicos sobrinos del tío Facundio en su pueblo y en su despedida.

No había vuelto por el pueblo desde que se murió la abuela. Tras su muerte y coincidiendo con su reciente jubilación, el tío Facundio vendió el piso que tenía en la capital, cogió sus macutos, compró un huerto en el pueblo, nos compró a los sobrinos la parte de la casa de la abuela y allí se fue a vivir hasta el fin de sus días.

Su muerte fue triste, al menos a mí me provocó cierta pena cuando nos lo comunicaron. Se le encontraron muerto una mañana de domingo unos cazadores en el huerto. La policía dijo que debería de llevar un par de días allí. Nadie le echó en falta en el pueblo porque la casa está un poco retirada y sólo bajaba una vez cada quince días para hacer la compra, el resto del tiempo se hallaba como un ermitaño en su casa y en su huerta, con la única compañía de su Bethoven, un San Bernardo de ya avanzada edad. Aun así, era muy querido por todos los lugareños que  solían reprocharle su poca vida social. Sólo se reunía con la gente por los bares, el mismo día que aprovechaba para hacer la compra y regalaba, a todo aquel que quisiera, los productos de la huerta que con tanto orgullo y entusiasmo ofrecía.

En cierto modo, me sentí culpable de su muerte. No me comporté en vida con él como realmente se lo hubiese merecido. Cuando éramos pequeños, recuerdo que nuestros padres nos llevaban al pueblo con la abuela mientras ellos se quedaban en la ciudad trabajando. Allí coincidíamos con el tío, el cual tenía tantas vacaciones como nosotros por ser maestro. Los días trascurrían entre risas, bromas, enseñanzas y alegrías. No nos dejaba solos ni a sol ni a sombra, y cada día, con él, era una nueva aventura. Nos enseñaba a cazar lagartijas, a reconocer a los pájaros de la comarca con tal sólo escuchar su canto, a diferenciar los níscalos de las setas venenosas que recogíamos del monte… Nos obligaba a recoger y ordenar nuestras cosas y a echarle una mano a la abuela, limpiando y fregando la casa, y aunque no nos gustaba demasiado, recuerdo que tenía tanta mano izquierda y tanta maña con nosotros, que lo hacíamos sin protestar lo más mínimo. El tío era increíble. Lástima que no supiésemos agradecérselo de adultos, ni mis hermanos ni yo.

La noche la pasé en vela y al día siguiente fue el entierro.

Un cuarto de hora antes de la misa, replicaron las campanas. –Tocan a muerto-Escuché decir a unas mujeres desde mi ventana, y a mí se me puso un malestar en la boca del estómago que no se me quitó en todo el día.

Ya en la misa y justo antes de empezar con la ceremonia, hubo una señora que me llamó la atención por no vestir de negro. Me extrañó su reclamación y no supe responderla aunque tampoco vi que mereciese la pena. Los años habían pasado para todos pero el tiempo, allí, se había detenido. La mentalidad estaba a años luz del tiempo actual y sabía que rebatir la ignorancia era lo mismo que darse golpes contra un muro de hormigón.

Después de la ceremonia, salimos todos en silencio detrás del coche fúnebre que nos condujo directamente al cementerio ubicado a las afueras del pueblo. Andando al pasado al que íbamos, fueron veinte minutos aproximadamente aunque a mí se me debió de hacer una eternidad.
Hacía frío y el ambiente que se respiraba era escalofriante. Lo que tenía ganas era de salir corriendo de allí. El escenario en el que estaba atrapada me producía auténtico terror.

Mis dos hermanos ayudaron a otros hombres del pueblo a levantar la lápida y a bajar con cuerdas el ataúd. Después, el cura dijo un responso allí mismo y las típicas plañideras del lugar, pusieron con su llanto fin a la escena.

Saliendo del cementerio, una joven que debido a su aspecto descuidado y su vestimenta oscura e impropia para su edad, aparentaba mucho más mayor de lo que realmente era, se enganchó a mi brazo y se puso hablarme. Yo no quise ser descortés y respondía a sus preguntas con educación.

-Oye nena-arrancó cuchicheándome- Esos dos jóvenes que estaban a tu lado, son tus hermanos, ¿verdad?

-Sí, lo son.

-Y los tres sois hermanos y los únicos sobrinos del Facundío ¿no es cierto?

-Sí, así es.

-Hacía tiempo que no veníais por aquí, no?

-Sí, hacía tiempo, si.-seguía respondiendo lacónicamente.

-Oye-dijo apretándose con más fuerza de mi brazo con sus dos manos y acercándose  más, si acaso era posible-¿y quién es aquel muchacho de pantalón negro y niqui gris?

-¿Quién?-pregunté yo, girando la vista hacia atrás para identificar a la persona de quién me hablaba.

-¡Niña! Pero no mires, coño, disimula mujer, disimula-Me recriminó la mujer.

-No sé quién es. Creo que se trata de un pariente nuestro lejano pero no sabría decirte.

-Ese del pueblo no es. Te lo digo porque aquí nos conocemos todos, y tampoco tiene que ser de por aquí, porque anda con aires de ser muy señoritingo.

-Probablemente, pero no lo sé, pero ¿por qué me lo preguntas?

-Porque es muy guapo el mozo. Lástima que ya no le vuelva a ver por aquí nunca más. Seguramente estés en lo cierto y se trate de un pariente vuestro.

-Sí, puede ser.

-Sólo hay una manera de descubrirlo-Dijo deteniendo el paso de repente.-Si del pueblo no es, porque no lo es, y sólo ha venido por el funeral de un familiar tuyo, la única manera de que volviese por aquí, sería si muriese alguien más de tu familia.-y dicho esto, me soltó del brazo, alejándose a paso ligero.-Bueno nena, me voy corriendo que tengo que dar de comer a las gallinas, y por cierto, que te acompañe en el sentimiento. No somos nada, hija, no somos nada. En fín, adiós eh.

No la volví a ver más, pero sus palabras me dejaron un tanto preocupada.

Aquella tarde, mis dos hermanos y yo, estuvimos haciendo recuento de todas las pertenencias que tenía mi tío en la casa. Mi hermano pequeño decidió encargarse de la venta de la casa y el resto de las cosas, el dinero y los cuatro muebles que tenía, nos lo repartimos a partes iguales. No hubo más palabras entre nosotros tres más que las justas y necesarias. Desde que habían fallecidos nuestros padres, no había habido prácticamente relación y la poca que durante estos años hubo, no había sido muy buena precisamente.

Hoy, después de dos meses del fallecimiento del tio, hemos tenido que volver al pueblo. Esta mañana hemos enterrado a mi hermano pequeño. Ayer ocurrió un hecho lamentable. Mi hermano había venido al pueblo porque ya tenía un comprador para la casa. Al regreso, se topó con unos maderos en medio de la carretera formando una barrera justo después de un desnivel, que le hicieron perder el control del volante y chocar contra una vieja finca de por allí, provocando su muerte en el acto. La guardia civil y el mismo alcalde del pueblo, nos han dicho que el hecho es sumamente extraño porque pareciese que esos maderos hubiesen sido puestos intencionadamente. Recalcaron varias veces, a lo largo de la conversación, la palabra intencionadamente.


Esta mañana en el cementerio he visto a la joven mujer que en el entierro del tio me preguntó por un muchacho. Desde lo lejos, ha levantado la mano saludándome. En ese instante se me ha venido a la cabeza sus palabras. No quiero pensar mal pero…

La herencia

La herencia


http://diariorural.com/wp-content/2013/02/la-yecla-general.jpg

Han pasado treinta y cuatro años desde que falleció y todavía los jirones descoloridos de la herencia de la tía Felipa siguen coleteando entre todos sus herederos. Nadie ha cumplido su última voluntad, conditio sine qua non para hacer efectiva la herencia… Nadie, excepto yo.

Ayer, después de llevar meditando la decisión durante mucho tiempo, me decidí a romper con el supuesto maleficio que revoloteaba por ahí, y del que nadie parecía atreverse a hablar. En realidad, y lejos de lo que puedan o dejen de pensar el resto de mis familiares, no lo hecho por la herencia. Afortunadamente, a mí, cuatro reales, no me van a sacar de pobre ni me van a librar de seguir trabajando. Lo he hecho por pura superación personal. Así de claro. Para mí ha sido como un reto que quería cumplir desde hacía mucho tiempo. Necesitaba vencer mis miedos a las alturas y se me ocurrió que esta era una buena ocasión para matar dos pájaros de un tiro.

El testamento era corto y claro. Sólo podríamos hacer uso de la herencia depositada en una caja fuerte y cuya única llave estaría en manos del notario, si se demostraba con documentos fehacientes, que alguno de sus herederos, tras su muerte, había atravesado, aunque hubiese sido en una única ocasión, el desfiladero de la yecla, ubicado en la entrada del pueblo Burgales, Santo Domingo de Silos, y hubiese seguido vivo como mínimo durante cuarenta y ocho horas para contarlo.

Recuerdo la cara de relajación de todos cuando el notario leyó el testamento en aquella sala de su oficina. Nadie podría suponer que su voluntad nos costaría la vida, y no hablo precisamente en el sentido metafórico de la palabra sino todo lo contrario.

En ese momento, nadie cuestionó, ni por asomo, el deseo de la tía. Todos sabíamos que pese a gozar desde hacía años de cierta cojera, ser manca por un percance ocurrido en la post-guerra del que nunca quiso hablar y no ver muy bien de ambos ojos, ella no dejó ningún año de ir siempre, allá por el mes de junio, a pasar por el desfiladero. Para ella debía de ser algo así como una promesa. Era uno de los tantos y tantos secretos que ella se llevó a la tumba, y que en vida, ni yo, ni creo que nadie, se atrevió a preguntarla por miedo a su fuerte carácter. De aspecto, debido a sus minusvalías, indiscutiblemente, podría parecer una mujer débil, pero obviamente, las apariencias engañan.

Le faltó tiempo a mi primo Lucas, que Dios le tenga en su gloria, con más espíritu aventurero y deportista que ninguno de nosotros, decir que él se encargaría de cumplir con la última voluntad. Hombre solitario por naturaleza, decidió hacerlo sólo. Esa misma mañana recibimos una llamada de la guardia civil del municipio. Una mal pisada había hecho que resbalase y cayese precipitadamente por el desfiladero. Yo no me personé en el lugar de los hechos, pero algunos de mis primos que sí lo hicieron, dijeron que tuvieron que estar hasta bien altas horas de la madrugada, hasta lograr sacar el cuerpo sin vida de mi primo. A  partir de ese hecho lamentable, el rostro de todos nosotros, dejó de ser de relajación. Nadie decía nada pero con sólo mirarnos sabíamos que el miedo estaba rondando entre nosotros.

Creo que pasaron dos meses, no lo recuerdo bien, cuando otro de mis primos, Ángel, de voto propio, hizo una llamada al notario para que cerciorase y dejase constancia del cumplimiento de la última voluntad. Al día siguiente, en una curva muy pronunciada y de poca visibilidad, debió de perder el control del volante y después de dar varias vueltas de campana e invadir el otro arcén, se mató estampándose contra un camión.

Después de aquello, todos pensábamos que un maleficio había en torno a la última voluntad de la tía. Hubo algunos de mis primos que, crucificaron la herencia y renunciaron rotundamente a ella. Fueron radicales en su decisión, ni querían la herencia ni querían oír hablar del tema.

Hace algo más de tres semanas, coincidiendo con parte de mis familiares de los cuales no se pronunciaron sobre la herencia, les dije que iba a pasar por el desfiladero de la yecla. Su cara, en un principio, fue de asombro y después de reaccionar ante mi decisión, sus palabras fueron más bien desalentadoras pero yo lo tenía decidido. Soy una persona de principios y de decisiones pensadas, y esa decisión estaba más que meditada.

Ayer, aprovechando que iba a comer en un pueblo de unos amigos, hice un alto en el camino para pasar por el desfiladero. Después de cumplir mi cometido, cogí de nuevo el coche y me fui a casa de mis amigos. Desde allí, envíe un wassap al grupo de mi familia informándoles que todo había ido bien y que ya había enviado las fotos como prueba al notario para que diese fe de lo ocurrido. Feliz por haber cumplido mi doble objetivo, vencer mis miedos y cumplir la voluntad, disfruté de la comida en buena compañía. Sopa de ajos con manitas de cerdo para ellos, para mí, como no me gustan las manitas de cerdo, me comí un buen plato setas de la comarca.


Hoy me duele bastante la tripa, seguramente del empacho pero nada preocupante… espero. 

11 oct 2014

De paso

De paso, tan sólo de paso estoy aquí. Tal vez provocado por cierto momento nostálgico o cierto momento de necesidad he vuelto, aunque tan sólo sea un momento, porque aunque nunca me he ido si es cierto que llevo mucho tiempo ausente.